“Delirios”, de Eddy Díaz-Souza en la Sala Artefactus
- Jose Raul Acosta
- 22 mar
- 6 Min. de lectura
Fotos cortesía de Alfredo de Armas.
La obra Delirios, escrita y dirigida por Eddy Díaz-Souza, se presenta como parte de la temporada de primavera del Artefactus Cultural Project y dentro del marco del IX Festival Internacional de Teatro Casandra hasta el domingo 30 de marzo en la propia Sala Artefactus. Esta interesante comedia nos regala una propuesta teatral cargada de simbolismo, referencias teatrales, parodia y disección aguda de nuestra realidad. El resultado es una obra teatral que, en su apariencia de comedia del absurdo, trasciende hacia una reflexión existencialista sobre el tiempo, la verdad y la imposibilidad de escapar de un destino autoinfligido.

Desde la primera escena, Delirios nos bombardea con diversas alusiones visuales y sonoras, que van de los años ’40 hasta la fecha, hasta dejarnos claro que la obra, como sus personajes, está estancada en una contemporaneidad cerrada sobre sí misma, víctima de recuerdos y una acumulación de imágenes atemporales, sin una fecha precisa, pero al mismo tiempo una amalgama de diversas influencias. Esta atmósfera barroca y claustrofóbica resulta clave para el entendimiento de la trama, pues refuerza la sensación de confinamiento físico y emocional que viven sus personajes, arquetipos de la sociedad que vive y sirvió de inspiración a su autor.
La escenografía también refleja esta sensación de estancamiento: muebles de época, libreros, y objetos que sugieren un mundo congelado y ficticio al mismo tiempo. Los referentes a la teatralidad, que se vinculan con el personaje de Mama, una actriz retirada, se reflejan en una escenografía que combina objetos reales con representaciones pictóricas de los mismos, recordando la cualidad inherente del arte teatral y su relación con la vida artificialmente construida de los personajes. En este sentido, la escenografía no es solo un decorado, sino un reflejo del estado psicológico de los individuos en escena.

A través de elementos alegóricos a la ficcionalización-como el uso de lentes por parte de todos los personajes-, la irrealidad en las interacciones y el metateatro como una constante, se plantea una reflexión sobre cómo la vida misma puede ser entendida como una representación, un platoniano “reflejo del reflejo”. Este juego de espejos y de distorsión de la realidad culmina en un desenlace en el que los personajes se enfrentan a su propia vulnerabilidad, dejando atrás las máscaras que han creado a lo largo de la obra.
La dramaturgia escénica y textual de Delirios es una joya para cualquier investigador teatral, pues contiene un delicioso espectro de referentes contemporáneos, que enriquecen la complejidad de la trama y amplían el alcance de sus proyecciones. En primer lugar, el texto evoca el lirismo que vela el desgarramiento emocional de los personajes y su universo social, recordando la sutileza de la dramaturgia chejoviana, y ofreciéndole al espectador el reto de ir encontrando las razones de los conflictos que se apuntan bajo las fachadas que aparecen superficialmente.
La influencia alemana contemporánea, en especial de Dea Loher y Roland Schimmelpfennig, se trasluce en diálogos y situaciones metafóricas que, en última instancia, exploran el dolor existencial a través de una ironía distante y una comedia de situaciones que se repiten sin un avance narrativo aristotélico. La influencia de estos dramaturgos se percibe en Delirios en pasajes en los que los personajes se enfocan en los detalles de su realidad, deconstruyéndola y enfrentando los conflictos más profundos.
El texto de Delirios se aproxima al absurdo de la espera que ansía ser rellenada con realidades imaginadas, similar a Esperando a Godot, pero, además atrapa la esencia de Virgilio Piñera en una suerte de madejas situacionales que refuerzan el aparente sinsentido de nuestras existencias, volatilizado por otra ilusión de ruptura de bucle, que, en este caso, resulta de la llegada de un elemento extraño: un chofer de taxi.

Como el texto, la puesta en escena es igual de poética y sorpresiva, con momentos de extremo lirismo que se contraponen con alusiones a la realidad más terrenal del Miami en el que existimos con la misma sensación de estancamiento y lucha contra el absurdo de los personajes de la obra. Un elemento vital en Delirios es la puesta escena compuesta por coreografías elaboradas que exteriorizan, de manera estilizada, las interioridades de los personajes y la calidad de sus interacciones, los matices de sus pensamientos y el poder simbólico de su significado a nivel macrosocial. Además, Eddy Díaz-Souza vertebra, con exquisita atención al detalle, composiciones con sus cuatro actores a cada micro situación, que, no solo mantienen el ritmo indispensable para una comedia, sino que embellecen la puesta, al mismo tiempo que remarcan los juegos de estatus y control que se establecen durante la obra. El director, haciendo homenaje a composiciones expresionistas que recuerdan a Ingmar Bergman y al mismísimo V.E. Meyerhold, dirige nuestra atención con líneas de fuga, niveles, direcciones, cinesia y kinestesia, como si fueran obras plásticas y danzarias, con un alto nivel de elaboración.
La obra se articula mediante situaciones que se desarrollan una tras otra, sin un sentido claro de resolución. Este enfoque provoca una reflexión profunda del espectador, al explorar los mecanismos de defensa, las mentiras autoimpuestas y las aspiraciones rotas de los personajes, quienes, inicialmente representados como tipos farsescos, terminan revelando facetas con las que el público puede identificarse con facilidad.

Los personajes de Delirios podrían ser catalogados como tipos de la comedia farsesca, quienes, a través de sus acciones y diálogos nos muestran su profunda vacuidad existencial y el deseo de crecer, sin saber cómo. Estos personajes, que parecen atrapados en una suerte de parodia de la vida, se ven sometidos a una tensión constante entre el deseo de escapar y la resignación a su destino. La llegada de un extraño, un deus ex machina que altera el orden establecido, funciona como catalizador de sus temores y conflictos internos. Este extraño desestabiliza las relaciones de poder entre ellos, desnudando sus fragilidades y revelando las máscaras que cada uno ha construido a lo largo del tiempo.
Los cuatro actores han tenido diferentes tareas, complejas cuando se combinan. Al mismo tiempo que encarnan personajes con conflictos estremecedores, deben, como ellos, enmascararlos con el lirismo físico y de matices de los textos.
Alberto Menéndez, interpretando a Freddy, destaca por la suavidad de su precisión física y su dicción, creando una figura que recuerda a la marioneta ideal de Gordon Craig. Su actuación no solo utiliza la fisicalidad para embellecer la puesta en escena, sino que la transforma en una herramienta clave para reforzar el simbolismo de la obra.
Por otro lado, la actuación de Santiago Salas en Roberto aporta una frescura que contrasta con la desesperanza de los demás personajes, logrando matices que enriquecen la interacción dramática de los otros tres actores.
Maria Julia, la ex actriz, madre de Enrique, que vive en el pasado como si existiera en un universo paralelo, es delineada por Belkis Proenza, que logra combinar una postura física incómoda con una actuación naturalista y versátil, conectando rápidamente con los espectadores.

Por último, Rei Prado, en su Enrique, tiene la capacidad de convertir sus gestos en acciones físicas, y a estas en acentos verbales que van dirigiendo la atención hacia su mundo interno, siempre oprimido, sin embargo, al final de la obra, el actor muestra, con un dolor genuino, todo el sufrimiento que su máscara había intentado cubrir.
Delirios configura una atmósfera poética y reflexiva, tanto en su contenido plagado de referentes como en su forma visualmente impactante. La obra sublima el simbolismo escénico y textual para construir un universo claustrofóbico en el que los personajes se ven atrapados por sus propios delirios y recuerdos. A través de esta estructura, Díaz-Souza invoca en el espectador una sensación de asfixia existencial, como si el espacio mismo de la obra fuera un reflejo de la vida contemporánea en la que las personas se sienten atrapadas en bucles del pasado y la incapacidad de renovarse. El final, con un violento giro de acontecimientos, es clave para convertir a Delirios en una experiencia catártica, sublime y aportadora para nuestro arte teatral.
Autor: Jose Raul Acosta
Excelente crítica a una maravillosa obra como lo es Delirios . Bravo!👏🏻👏🏻