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Las Horas Oscuras del Fénix

"Yo soy la voz que clama en el desierto: 'Enderezad el camino del Señor'."

Juan 1:23, La Biblia

 

Marzo nos ha traído Las Horas Oscuras del Fénix, un hecho teatral dirigido por José Manuel Domínguez y presentado en el Teatro Inkub8 por Antihéroes Project. Se trata del final de un proceso de siete meses de exploración y creación colectiva, donde los actores y el director han puesto en escena fragmentos vitales de sus propias experiencias, tejiendo un espectáculo cargado de humanidad y honestidad.


De izquierda a derecha: Yusán Mulet y José Manuel Domínguez.
De izquierda a derecha: Yusán Mulet y José Manuel Domínguez.

No me permito analizar Las Horas… con mi usual despersonalización académica. Eso sería traicionar la esencia de esta obra. No se trata de un espectáculo que se disecciona fríamente, sino una experiencia que se siente, que te despoja de todo conocimiento previo para llevarte a un lugar de sensaciones y memorias. Acostumbro a escribir sobre obras que me inspiran como esta, no para destruirlas con críticas calculadas. Para mejorar los aspectos negativos, hablo directamente con los creadores si así lo desean, sin interponer un papel ni una publicación entre nosotros. Demasiada guerra tienen ya los artistas para sobrevivir en esta ciudad como para que los investigadores, desde la comodidad de la butaca, contribuyan a su desasosiego y los desanime a continuar. Y si hay un artista que admiro, ese es José Manuel Domínguez. No solo porque ve, lee y vive el teatro con la asiduidad de un apasionado erudito, sino porque se atreve a asumir procesos largos y rigurosos para construir espectáculos de este calibre.

La trama, que sirve como marco para el desarrollo filosófico y el conflicto, gira en torno a cuatro actores que esperan a una artista de renombre, Marina (¿Abramović?). Ella representa la “gran” oportunidad de sus vidas, la consolidación de sus sueños. No obstante, la artista que los ha reunido jamás aparece. ¿Y qué queda cuando la gran oportunidad no llega? La espera, el vacío, el absurdo. Pero también la reflexión, la conexión humana, el humor, el encuentro con el otro y con uno mismo, regresar a los

Belén Curiuni.
Belén Curiuni.

orígenes para impulsarse a alcanzar y vivir el sueño.

Desde su inicio, Las Horas… captura la atención del público con diversas capas de interpretación. Para algunos, el desierto, el coyote, las situaciones hilarantes—como la exhibición del cuerpo en un casting, la espera sin sentido—pueden disfrutarse desde su plano más superficial. Sin embargo, para quienes profundizan, emergen símbolos más complejos: el desierto como espacio de soledad y aislamiento, la oscuridad como ese vacío donde el creador enfrenta sus miedos y críticas, el fracaso como un punto de crecimiento.

La obra trata de los artistas porque son los propios actores y el director quienes la crean, pero su alcance va más allá del gremio teatral. Todos, en algún momento, hemos vivido esa soledad, la lucha interna y la espera sin respuestas. Aquí radica la magia de Las Horas… el hecho de derribar la cuarta pared no solo con hacer que los actores observen al público de frente, sino con una conexión emocional genuina, con textos que calan en nuestras fibras más interiores y, sobre todo, con suma honestidad.

Cuando leí el programa de mano de Las Horas Oscuras del Fénix, de inmediato saltaron a mi vista las palabras “creación colectiva”. Recordé mis primeras experiencias teatrales en un taller con Santiago García, uno de los iniciadores, para otros el creador de este tipo de teatro en la contemporaneidad, un maestro que entendía el espectáculo no como un texto a llenar con sinceridad actoral en escena—como tal vez buscaba Stanislavski en su época—sino como un espacio donde el texto nacía de la realidad misma. Así lo trabajaban Brecht, Grotowski y Barba, explorando la verdad escénica desde las historias de vida, la poesía y la memoria. Y en Las Horas... es palpable esa misma esencia.

De izquierda a derecha: Yusán Mulet y José Manuel Domínguez.
De izquierda a derecha: Yusán Mulet y José Manuel Domínguez.

También encontré a Artaud en la obra, en su llamado a destruir los teatros y reconstruirlos desde un nuevo concepto, en ese performance que sacude al espectador con imágenes y sonidos viscerales, con acciones físicas que buscan una catarsis primitiva. En Las Horas…, los actores también nos exponen sus miedos, ángeles, demonios y sueños, confiesan sus más viles instintos y los perdonamos, somos, en momentos, ellos mismos… Entonces recordamos lo que Peter Brook defendía: para hacer teatro solo se necesita un espacio, actores y público. Siendo la comunión con este último la cúspide del arte teatral, lograda, sin lugar a dudas, en Las Horas Oscuras del Fénix.

Por ello, Teatro Inkub8 estaba repleto de espectadores, porque quienes asistimos reconocemos la calidad, entrega, y la verdad con la que trabaja Antihéroes Project. Y es precisamente la honestidad y la conexión uno de los motores que impulsan al público a tomarse el tiempo de asistir al teatro. Para el artificio ya existen las redes sociales y las plataformas de streaming. El teatro, en cambio, es el único espacio donde la humanidad es tangible, donde podemos ver en escena los errores y victorias de personas reales, como nosotros.

Los referentes en Las Horas… son exquisitos. Por ejemplo, los tres personajes masculinos llevan nombres bíblicos Gabriel y Michael (dos ángeles), Manuel, el nombre real del propio actor-director que viene de Emanuel. La mujer se llama Luna, acaso la figura mística femenina que nos observa y cuida desde el espacio…

Otro referente interesante es cómo los personajes reales, tal como en Seis Personajes en Busca de un Autor de L. Pirandello, vienen incorporados y enlazados con otros, al mismo tiempo que se deshacen de ellos. Manuel aparece como Ícaro, el soñador que se quemó las alas por llegar al sol, a sus sueños, a sus aspiraciones, perdiendo un ala, pero aun luchando. Luna como Quirón, el maestro de héroes y semihéroes, el sabio que ayuda a otros como Manuel a levantarse todo el tiempo, y que suele permanecer en el anonimato, como el artista que prosigue ayudando a otros y luchando. Gabriel como Prometeo, el que le otorgó la llama del fuego a la humanidad y ha quedado castigado por Zeus por la eternidad, quizás como un símbolo del artista que lleva la verdad a pesar de que el tiempo, el dinero y la ignorancia muchas veces la censuran y la persiguen, sepultándolo en la desidia. Por último, el fuerte Perseo, que es Michael, quien se niega a que se le cierren las puertas, que abre todas, incluso la del olvido, sin importar los monstruos, él continúa con su sueño de pelear por su arte y vivir de él.

A pesar de que la obra es dirigida por alguien que también actúa, el equilibrio entre los intérpretes es un hecho. Cada uno mantiene su estilo propio, pero juntos logran una naturalidad que se siente veraz, viva y sin bloqueos.

Yusán Mulet, actor que interpreta a Michael.
Yusán Mulet, actor que interpreta a Michael.

Yusan Mulet es un actor de fuerza, con una presencia escénica poderosa. Su mirada, su escucha activa y su corporalidad construyen una cadena de acciones físicas que desnudan y exponen su mundo interior. En esta obra, sin embargo, no solo despliega su energía habitual, sino que añade una carga emocional profunda, un desgarramiento y una vulnerabilidad que trasciende el escenario y lo humaniza aún más.

Belén Curiuni, actriz que interpreta a Luna.
Belén Curiuni, actriz que interpreta a Luna.

Belén Curiuni, con suavidad en la emisión vocal y en sus movimientos, es una presencia poderosa y quieta, como el nombre Luna de su personaje-persona. Vemos cómo se funde con el personaje de Manuel, dada la flexibilidad, empatía y dulzura de la actriz, quien, con suma sinceridad, nos muestra su identidad, quita su velo con suavidad y nos deja ese sabor de buen arte en su artesanía.


Raydel Casas, actor que interpreta a Gabriel.
Raydel Casas, actor que interpreta a Gabriel.





Raydel Casas, de igual manera, fluye en el caudal de espontaneidad de la obra, ofreciéndonos a un personaje que provoca carcajadas súbitas y, al mismo tiempo, transmite la amargura con la que comienza. Sin embargo, más tarde, se le ve transitar por diferentes humores registrando el arco por el que atraviesa su personaje.


José Manuel Domínguez, actor, escritor y director.
José Manuel Domínguez, actor, escritor y director.







Por último, el actor y director, José Manuel Domínguez, la mente originadora de esta experiencia teatral única, nos regaló su interpretación, dejando al público con deseos de más. Su presencia es fuerte e intensa, su proyección pesa, tal vez por un mundo interior denso o por un entrenamiento físico que ha quedado guardado en su cuerpo. José Manuel Domínguez, además de esa intensidad, emite cada texto y acción con total naturalidad, como si estuviéramos asistiendo, a través de el famoso “ojo de la cerradura”, a un evento íntimo, único e irrepetible. Su interpretación recuerda a El Príncipe Constante, en la que Ryszard Cieślak, se desviste ante nosotros, diseccionando su espíritu o a un Vicente Revuelta cargado de traumas, pero que se mantiene tranquilo ante su público. Domínguez, de igual forma, se sienta frente a nosotros y, como en el ejercicio de Strasberg, con total relajación y desenfado, nos revela sus textos, la infinidad de matices de su voz, los cambios en su natural voz y en lo que está transitando. José Manuel Domínguez oculta más que expone, como diría Brecht, provocando en el espectador la reflexión primero, y la identificación después.

La música original es de Yamilé Pedro, con piano y arreglos de Efraín Chivás Wilson (Pachi). Desde el tema del principio, los sonidos acompañan la obra como un personaje que aparece y desaparece, con un dramatismo suave que hilvana y conecta los momentos de mayor intensidad. La combinación de sonidos y silencios genera la sensación de un personaje que calla y entona para sentirse menos solo, aportando un toque poético a la puesta en escena. Especialmente hermoso resulta el arreglo para clarinete en el monólogo de Yusán, una pieza fundamental en la construcción de atmósferas, donde la música no solo adorna, sino que organiza y potencia la emoción contenida en la obra.

De izquierda a derecha: Belén Curiuni y José Manuel Domínguez
De izquierda a derecha: Belén Curiuni y José Manuel Domínguez

Las Horas Oscuras del Fénix es una experiencia teatral que nos sumerge en una visión poética y simbólica del arte y sus desafíos. Con una puesta en escena y estilos de actuación que evocan a los grandes maestros del teatro, un elenco que encarna con fuerza y sensibilidad sus roles, y una dirección que equilibra naturalidad e intensidad, la obra se convierte en un espejo donde el público se encuentra con sus propios dilemas, anhelos y batallas. Es un espectáculo que, como el Fénix, resurge con cada función, dejándonos la pregunta: ¿qué tanto estamos dispuestos a sacrificar por nuestros sueños? Las Horas Oscuras del Fénix nos recuerda que en el teatro—como en la vida—no hay certezas. Solo momentos de búsqueda, de dolor, de lucha en la oscuridad y de luz. Y ahí, en esa incertidumbre, es donde la obra nos atrapa. Porque todos, en algún momento, hemos estado en el bando de los que esperan.

 

Jose Raul Acosta

25 de marzo de 2025

 
 
 

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